“Siéntense muy cerca, que
con mi voz no quiera yo amedrentar a la noche. Apriétense los unos a los otros
sabiéndose acompañados en esta mágica noche, donde todo es posible, donde la
naturaleza ofrece sus dones. Esta historia que les voy a narrar es una con
final feliz. Para creer las palabras que de mi boca salgan deben creer en lo
sobrenatural, en los misterios que al hombre se le escurren entre los pliegos
del entendimiento. Pero para llegar a la magia debo empezar por la tragedia que
separó a dos pueblos. Si en algún momento se pierden, se aburren o tiemblan del
horror de la sinrazón humana, recuerden que al final obtendrán su recompensa.
No interrumpan con chanzas y chascarrillos mi paseo por las leyendas y si
alguna cosa quieren decir, que sea sólo para anunciar su presencia. Si están
preparados, comienzo.”
Don Paco nos apartaba del bullicio que se formaba las vísperas
de San Juan en la Fuente del Manzano. Era una noche mágica donde la tradición
decía que había que purificar el alma y el cuerpo con aquellas aguas lavándose
los ojos y las manos. Todo el pueblo disfrutaba de ese momento esperando la
hora mágica, comiendo y bebiendo con los amigos. Los que por las circunstancias
de la vida no podían caminar hasta aquella fuente, sacaban un caldero lleno de
agua a la terraza en el que vertían pétalos de flores y con ella se lavaban
antes de salir el sol, pues había que recibir el día con el cuerpo limpio, pero
con la mirada puesta en el ruido que provenía de la fiesta, recordando los
buenos momentos que pasaron y con la ilusión de poder volver a repetirlos aun
sabiendo que sus cuerpos ya no les daban más opción que la del descanso.
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